miércoles, 16 de septiembre de 2020

TU POEMA

 

I


Comienzo hoy tu poema sin saber por dónde terminar.

Es tu cumpleaños, este es mi regalo,

un caos de ideas que voy a estructurar,

para deleite de todos los que somos este cosmos.


Somos dos niños con sendos vendavales tras los ojos,

inadaptados a la atrocidad y a la memez, poderosos para bien y para mal,

que se encuentran para siempre en la extraordinaria espesura del verano.


Cada uno con un solo dígito de antigüedad, en un mundo menor,

encontramos la grandeza y la hicimos risa, lágrima, canción.

Escondidos de la burla y de la incomprensión en nuestra divertida fortaleza,

levantábamos con esfuerzo la tapadera de tu alma,

por donde salían a presión geniales borbotones.


El verano iba y venía de año en año para reencontrarnos

con más música en las manos, más gafas en las caras y más pelo en las axilas.

Somos dos adolescentes con los penes cada vez más curiosos y asustados.

Nos contábamos los inviernos hasta que nos dejaron fumar en los bares

y ser dignos cronistas de la decadencia que emanaba del rebaño.


Por nuestro revoltijo pasaban las horas, los días, los años,

mis novias, tus fantasmas, mi euforia, tu misterio,

la fascinación y el amor en una procesión en espiral hacia adentro.


Somos dos jóvenes indivisibles, del pueblo a la capital, de la capital al pueblo,

desde siempre tejiendo la conversación más larga de nuestros mundos,

con la dialéctica cada vez más atlética, la realidad cada vez más cerca,

tu dolor más evidente y más obvia mi impotencia,

bajo la bruma de un enigma indescifrable por decreto.


Somos dos adultos mirando por encima de un pequeño muro

que conservamos ocupados en construir castillos que vuelen alto.

Ahora mismo te he llamado por tu cuarenta cumpleaños,

apenas queda algo de aquella conexión que yo creía un milagro.


II


De aquel amor entre ángeles sin genitales ni tragedia,

entre demonios que manejan a su antojo la materia sutil,

que telepatizan, poliaman y biendicen, ¿no queda nada?


Queda el miedo a no estar en el otro, a no ser sus palabras,

el susto de no hablar en Navidad,

de que no hagas llorar a mi novia de risa,

de no aconsejarte que hagas lo que más te arda.


Aún tenemos toda la vida por detrás,

y no sólo el placer de la melancolía,

sino también el sueño común de brillar con la luz del universo

desde la oscuridad que nos impone el mundo.


Estamos esperando a toda velocidad

a que llegue el momento de zanjar a la mente,

y un abrazo covalente nos engarce de nuevo.


No quiero cumplir cuarenta sin creer en la amistad,

puedo aprender y aprendo que soy algo más que cualquiera,

que es mutuo el deseo, aunque sea polisémico.


Continúo tu poema sin saber por dónde he comenzado.

Este cosmos que somos sigue siendo un caos.

De nuevo guardo para luego otro regalo más.


Feliz cumpleaños, mi amor místico,

ya vuelvo a picar piedra para mis castillos.

Espero verte en Nueva York siempre que nazcan mis hijos.



III


No querías ser odiado así,

agonizar entre insultos y puñetazos,

aplastado en la llaneza del pueblo.


Ya era suficiente el desprecio

de profesores, hermanos y espejos.


No fue cobardía, sino un as bajo la falda,

o un castigo autonazi que pretendías justo.


En secreto, a solas, desde muy pequeño,

tu deseo trascendía en la bomba atómica

con la que al fin destruirías el planeta.


«No soy bueno», me decías

mientras yo te adoraba abiertamente

por encima de todo y sin medida.

«Soy un monstruo», y a mí me parecías

un ser extraordinariamente bello.


Ahora entiendo, me embaucabas

con las mismas argucias que a ti mismo,

con poemas para Elena

y miradas secretas a los socorristas.


¿Hasta dónde arrastrar tu anatema?

¿Hasta cuándo cebar tu estigma?

Supongo que ¿cómo vencer la maldición?


Solo en el armario de platino sin puerta,

apretando con angustia la tapadera del alma,

componías versos oscuros como válvula,

pintabas excediendo lo reglamentario,

cada vez más sutil y gigante tu creatividad.


También el desconsuelo biológico,

la desolación sentimental,

más lejos en el exilio de la pubertad,

menos asequible el maná humano.


A los once años hablabas como un señor,

tocabas el piano como un contemporáneo,

leías con la disección de un doctorando,

paseabas con la sensatez de un jubilado,

discernías con la calma de un zaratustra.


Te imagino maquinando tu máscara

para salir al infierno de la realidad ajena,

forjando tus habilidades literarias,

engarzando ficción con realidad.


Decidiste una vida muerta,

acariciar desde la burbuja pieles confusas,

gritar desde el cripticismo un dolor secreto,

andar con medio cuerpo sumergido en el fango.


Todo iría bien si seguía todo mal en adelante,

cuanto peor, mejor, menos es exacto,

y autocensuradas las pulsiones y sus anécdotas,

aún quedaba conducir la vida de los otros.


Confesor de malhechores aficionados,

juez de pequeñas masas histéricas,

árbitro de contiendas entre amantes,

observador neutral de conflictos individuales.


Revolviendo ríos que proveen ganancia

le dabas migajas de carne a tu sed cautiva,

pero hay hambres del amor que no sacia la paja,

y un día el cerebro conspiró contra el alma.



IV


Nunca quise saber tu secreto

mi mente no maquinaba por respeto,

deshilaba sus tramas para parar la verdad.


No una vez, infinitas,

no un día, décadas,

toda una vida consciente hasta los treinta

traté de no saber lo que guardabas tan a solas.


En esa soledad en la que no entrabas entero.

Una parte de ti se quedaba cantando conmigo.


Y aunque cantabas conmigo hasta estando solo,

no me acariciabas el vientre ni en sueños,

llorabas al monstruo del espejo: «¡déjame!»,

y seguías estudiando las mañas de los clásicos

para gestionar tanta nada dentro.


No quise saber lo que ni pensabas,

pero tanto tormento tambaleó el templo

de dos columnas que somos y seremos.


Ahí están las ruinas, te he traído a verlo,

no tengo derecho ni deber ni razón,

tengo un templo a medias que sostengo.


Yo me fui primero sin soltar el techo

que sujetas conmigo desde lejos,

aquí aún me cobijo por defecto.


Desde aquí aún miro el mundo,

lo veo exactamente igual que mañana,

aquí te comento aquello y lo otro,

me ríes y te enfado aún ahora aquí.


Y me fui. Y se te fue. Ya te habías ido

antes de que fuera yo el primero.

Y nunca muy lejos. Y nunca de nuevo.


No es fácil de llorar este agujero,

insisto en que lo intento.


Nunca quise saber tu secreto,

hasta que lo contaste un poco,

te sacaste la punta del iceberg

con tanto valor y tanto miedo.

Yo no pude deshacer el hielo,

clavármelo en el pecho hasta licuarlo

con justo calor humano que tengo.


Las palabras del pozo helado de tu secreto

siguieron saliendo, ahora ya no queda nada,

ya no queda casi hielo, ya respiras calor sólido,

salen sólo esos posos congelados de mi sangre

rompiéndose en el suelo frío del silencio.


Ahora que sé tu secreto

mi mente maquina por completo,

hila sus tramas para tener la verdad.


Ya que estamos aquí mirando de lejos,

aprovecho para proponer insolar y techar

ese templo que vemos al final nuestro.


Quizá queramos venir a sonar polifónicos,

a fumar de pequeños, a defendernos de lerdos,

aquí está el allí donde podríamos ahoras.


Nunca quise saber tu secreto,

nunca me ha importado,

yo ya me estaba yendo

antes de verlo.

V


¿Qué te falta? ¿Qué podría hacer por ti?

Aparte del amor no somos nada.

¿Qué te podría ofrecer sin hacer algo?


Punto y seguido.


¿Qué sucedió? Ya lo sabemos.

Hay una deuda pendiente, dice la pitonisa.

Al oírlo se me congeló el gesto.


Punto y aparte.


Ya que lo preguntas, me debes preguntarme

si me debes algo a mí, a ti o a nosotros.

No me debes excusa, ya me la diste bien.


Dos puntos.


Me debes mi talento, era sólo para ti,

lo quiero de nuevo para el mundo.

Lo guardas bajo esa mueca,

déjame verlo.


Coma.


Me debes mi canto, aún le das miedo,

se queda agazapado en mí, muy tenso,

codiciando tu atención como alimento.

Devuelve a mi voz aquellos pájaros

enjaulados en esa sonrisilla.


Paréntesis.


Ya no te hacen falta esas medidas,

este lugar de confort incómodo

en el que me arrodillas.


Cierra paréntesis.

Coma.


Me debes mi literatura espléndida,

engarzada a la tuya, pero despreciada,

borrosa y absurda para el autodeleite.

Desenrédala de esa red vieja,

vente a leerla de veras.


Puntos suspensivos.


Ahí queda esto. Hay más. Atrasos pequeños.

Ya hablaremos luego. ¿Yo te debo algo?

Seguro que ahora tengo forma de pagarlo.


Punto y futuro.


VI

Para sostener el templo hemos hecho un muro,

cada uno por un lado con piedras y barro con lodo.

Íbamos hablando con hilaridad colocando ladrillos,

hasta que sólo quedó un hueco a la altura del bigote.


Charla que te charla lo dejamos abierto hasta ahora,

a través de él rememoramos cuando éramos columnas.

En el muro suelo pasar largas horas que no existen

hablando por el agujero por donde sale tu cara.


Tenemos fotos mutuas disfrazados de murallas

las vemos por el agujero y nos pasamos el peta,

nos damos un beso en el centro de la pared

y volvemos a nuestro lado del espejo.


Quiero empezar a quitar una a una las piedras,

seguir charlando y desmontando el paredón

donde venimos a fusilarnos sin éxito ni fracaso.

Reformar el viejo templo, venir los sábados.



(Poema incluido en el libro "Acomodado en la rebeldía" publicado en 2019 por Noviembre Poesía)